lunes, 11 de octubre de 2010

Muse ~ Parte 1


Este Fics me lo regaló Maggie por mi cumpleaños. Consta de dos Capitulos y realmente me encanta. Fue uno de los mejores regalos que pude recibir. Así que sin nada más que decir, los dejo con "Muse".

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Uno

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Entonces Yahveh hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó la costilla, rellenando el vacio con carne.

De la costilla que Dios había tomado del hombre, formó a la mujer y la llevó hasta el hombre. Entonces éste exclamó:


"¡Esta vez sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne!" — Génesis
.


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Siempre me había sentido fascinado por una historia que mi madre me contaba de pequeño.

En ella me decía que Dios había sido el primer escultor del que se tenía constancia.

Había creado, a su imagen y semejanza al hombre mediante el barro y el agua. Después sopló en su pecho su aliento divino y le dio un alma para que tuviese vida.

Aquel hombre, al que Dios llamó Adán, vivía en un lugar privilegiado llamado Edén, donde no se tenía que preocuparse. Pero se sentía muy solo y anhelaba compañía.

Dios, para concederle su deseo, creó a los animales y se los presentó a Adán. Éste estuvo todo un día poniéndolos los nombres y haciendo parejas; aun así se encontraba muy solo.

Un día caminando por el jardín, encontró barro y agua, y se le ocurrió crear una estatua, recordando como Dios le había creado a él. Sin embargo, hizo unas pequeñas modificaciones para adaptarlas a sus necesidades.

Le enseñó a Dios su trabajo y le pidió que le concediese el don de la vida y el alma.

Dios, impresionado por la perfección de la obra del hombre, y también consternado, decidió hacer un pacto con Adán:

"Yo también haré una estatua como la tuya", le dijo: "Y si aun así, la tuya es mejor que la mía, te concederé lo que me has pedido".

Durmió al hombre y le extrajo una costilla, rellenando ese espacio con carne. Y a partir de ésta, creó una estatua.

Despertó al hombre y le señaló a las dos estatuas.

El hombre, prefiriendo su obra, eligió la primera.

Aquel acto provocó la ira de Dios, acusando al hombre de querer ser como él y que su pecado de soberbia condenaría a los suyos para siempre.

Le echó del jardín del Edén, que se quedó custodiado por el ángel Uriel, el de la espada de fuego, y le obligó a trabajar y sudar para sobrevivir. Por supuesto, con el pasar de los años llegaría la vejez y la muerte. Había perdido la inmortalidad.

No siendo suficiente con todo eso, le reclamó:

"Como has despreciado mis regalos, yo te condeno a que todo lo que talles en piedra solo sea un reflejo de mi obra. Pero nunca podrás darle lo más importante, y se quedará inerte y fría por los siglos de los siglos."

Aun así, se conmovió de las desdichas del hombre y con un soplo de su aliento, dio vida a la estatua que había creado a partir de la costilla de Adán.

Se la presentó a Adán para concedérsela como pareja y éste la aceptó, agradecido de tener una compañera, tanto en lo bueno como en lo malo.

Como había salido de su carne y su hueso la llamó mujer.

Pero como Dios había anunciado, todas las estatuas que realizaban no tenían un halito de vida.

Pero cuando se unió a la mujer, descubrió que de su vientre salía vida y tuvieron varios hijos.

Y por ser la madre de todos los hombres, de ahora en adelante, Adán llamó a su mujer Eva.

No era una versión muy ortodoxa de la historia que normalmente contaban los pastores. Seguramente, si mi abuelo la hubiese escuchado, se arrancaría las orejas de desesperación.

Mi madre se permitía una sonrisa cada vez que yo me indignaba contra el gran jefe de los cielos. Me aseguraba que no era tan malo y, muy en el fondo, él simpatizaba con los artistas. Tanto que solo unos pocos eran los privilegiados de conocer sus deseos e interpretarlos, de tal manera, que quedasen inmortalizados para que los hombres se acercasen un poco más a él.

Mi madre era una de esas mortales. Nunca conocí a nadie que esculpiese como ella. Ninguna persona, a la que le latiese el corazón en su pecho, podía no abrir la boca de admiración y quedarse cinco minutos observando, sin aliento, como la inerte piedra iba tomando vida. Alguna vez me imaginé que mi madre imitaría al maestro Buonarroti (1) y le diría a alguna de sus creaciones: ¡Habla!

Otra persona que había sido bendecida con el don, había sido yo mismo.

Lo descubrí a la edad de siete años cuando, de un trozo de plastilina, realicé una pequeña imitación del David. Era muy extraño, pero habría jurado que oí una voz en mi cabeza que me guiaba en cada paso que debía dar.

Era femenina y casi cantaba las palabras.

Si le hubiese contado eso a mi padre, su opinión como médico hubiese sido la de meterme en un psiquiátrico en aislamiento total y con una camisa de fuerza para no escaparme de allí. O meterme un chute de antidepresivos y anti psicóticos lo suficientemente potentes como para dejarme vegetal.

Menos mal que se lo confesé a mi madre y ésta me había tranquilizado:

—Se trata de tu musa, Edward—me explicó. —Debes escucharla siempre porque ella te dará la inspiración. Eres uno de los pocos privilegiados que pueden escucharla.

Aquello me tranquilizó y me hizo agrandar el ego.

En cualquier otro ámbito de la vida, oír a un trozo de plastilina cantar para ti era señal de que estabas muy colgado; pero para los artistas era ser un bendecido con el don de Apolo. Un jodido genio.

A los once años empecé a esculpir mis primeros trabajos con mármol con los miembros de mi familia como modelos.

Por desgracia, mi madre ya no se encontraba conmigo. La echaba de menos a cada instante, pero tuve la suerte de tener a Esme como madrastra. Era un regalo de los cielos.

En primer lugar, había conseguido hacer sonreír a mi padre de nuevo. Estuvo hecho polvo después de morir mi madre, y conocer a Esme fue como echar yodo en una herida. Nunca terminaba de curarse, pero acababa por cicatrizarse.

Lo segundo, a ámbito personal, fue que metió en mi vida a Alice y Emmett, sus hijos y mis hermanastros. Al contrario de lo que solía pasar en estos casos, yo nunca les vi como unos intrusos que querían quitarnos a mi hermana ni a mí el cariño de nuestro padre. Agradecí tener un hermano mayor que me hablase con sinceridad de chicas, y una hermana que llevase a Vanessa de compras.

Y lo más importante que hizo Esme por mí, o por lo menos desde el punto de vista artístico, fue hacerle ver a mi padre que yo no podía ser médico como él, y que estaba demasiado herido por el arte como para intentarme curar. Mi padre, siempre comprensivo, lo aceptó de inmediato y dejó que Esme encaminara mi carrera.

Era la directora de una academia de arte—la mejor de todo Chicago. Allí había estudiado mi madre cuando el padre de Esme era el director—, y viendo el potencial que tenía, me aceptó como alumno. Posiblemente, ella creyese que no le estaba lo suficientemente agradecido por todas las molestias que se tomaba por mí, pero esperaba que el fondo de su corazón, lo supiese. Si yo mostraba signos de rebeldía no era por desprecio hacia ella, sencillamente, las normas establecidas en el arte no estaban hechas para mí.

Siempre había creído que yo estaba bendecido por Dionisio en lugar de por Apolo.

Cierto; Apolo es el dios de las artes. Pero era demasiado racional para mi gusto. En cambio, Dionisio (2), cuando no estaba ocupado por el vino, era el dios de la creatividad, el espíritu libre, el instante, la genialidad, el desdén por las normas, y sobre todo, lo que yo más seguía al pie de la letra, de la exaltación del genio.

Nunca había entendido por qué tenía que ser modesto y humilde con mis compañeros, cuando claramente yo era muy superior a ellos. Y más cuando alardeaban—con una humildad claramente hipócrita— ante los demás de sus patéticas obras de arte y mi deber era ponerlos en su sitio, dejándoles en su sitio.

Lo tenía muy claro. Si eras el mejor, no debías callarlo. Después de demostrarlo, por supuesto.

Si ellos fuesen más sinceros consigo mismo, se comprarían una caja de prozac y dejarían de quejarse de lo egocéntrico que era.

Pero seguramente ninguno de ellos les hubiese cambiado la existencia lo mismo que me la hizo cambiar a mí.

Tenía dieciséis años cuando una amiga universitaria de Emmett vino a visitarlo a casa, y me descubrió esculpiendo un pequeño Cupido como regalo de cumpleaños a Alice.

Podía recordar que se llamaba Heidi, y era lo suficientemente hermosa como para convertirse en mi primera inspiración. Alta, curvilínea, de largo y sedoso pelo rojizo, ojos azules almendrados y sonrisa lasciva capaz de convertirte en piedra cual Medusa (3).

Junto a la perdida de mi virginidad y mi despertar sexual, se abrió algo en mí y llenó de luz como si fuese un rayo de sol entrando en un cuarto oscuro.

Había descubierto mi verdadera vocación. No había nada más bello y lleno de retos que el cuerpo femenino. Sinuoso y voluptuoso. Mi guía en el arte, a partir de aquel momento, fue encontrar aquel ápice de belleza que éste pudiese contener.

Después de aquel breve encuentro sexual, no volví a verla. Pero algunas personas que pasaban por tu existencia como un soplo de aire fresco, cambiaban el resto de tu vida.

Y la mía empezaba a subir…

…hasta llegar a los veinticinco años y empezar a bajar vertiginosamente por la pendiente.

¿Qué fue lo que originó aquella debacle? Sencillamente la imposición de normas.

El concurso de escultura que se celebraba en la academia una vez cada cinco años.

Profesores y críticos de todos los estados metiendo sus envidiosas narices en el trabajo de los verdaderos artistas, alabando lo inaceptable, y echando a la basura las esperanzas de gente con verdadero potencial solo por no cumplir las reglas del arte. Sus malditas reglas.

Desde luego, a mí no me iban a atrapar con eso. Yo no me regía por sus reglas. Es más, yo no tenía reglas.

No se podía poner límites al arte. Eso sería como estar condenado a cadena perpetua.

Si lo que ellos pretendían era estimular mi competitividad con un estúpido certamen según sus discernimientos, estaban por mal camino.

Y desde aquel momento empecé mi adoración a Dionisio tal como a él le gustaba.

Con un vaso del mejor vodka de la mejor calidad, días caóticos y noches orgiásticas.

… ¡A la salud de los jodidos críticos!


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—Ness, ¿por qué no te puedes estar quieta un segundo?—Le pedí. —No puedo coger la expresión de tu rostro si no haces más que bajarlo.

Mordí el lápiz esperando que Nessie se volviese a incorporar y dejase de hacer tics nerviosos. Era el tercer boceto que hacía en dos horas. En aquel día no habíamos avanzado nada.

Se puso muy roja y luego empezó a reírse muy tontamente.

—Lo siento, Edward. Pero es realmente difícil estar de pie sobre el sillín mientras tú me observas fijamente.

—No es la primera vez que haces de modelo—dije. —Deberías estar acostumbrada.

— ¡Estoy desnuda!—Se quejó algo cohibida. Intentó reprimir una carcajada nerviosa.

Estaba muy hermosa con aquel rubor en las mejillas. Era una lastima que no se pudiese reproducir en el mármol.

—Tampoco es la primera vez que te he visto desnuda—le contesté. —Mamá nos bañaba juntos—le recordé. — ¿Cómo crees que nos contó lo de los pajaritos y los niditos?

— ¡Teníamos siete años!

—Eres mi hermana. No puedo mirarte como lo haría con una extraña. Además, el artista se antepone al hombre—le expliqué. —Alice y Rose también ha posado para mí de la misma manera, y no ha habido problemas con Emmett ni Jasper.

—Eso no es del todo cierto—me recordó burlona. —Una vez, Jasper estuvo a punto de romperte la nariz cuando pilló que estabas retratando a Alice muy ligera de ropa.

—Exactamente sin ella—me reí al recordarlo. —Menos mal que Jasper es una persona centrada, y en cuanto Alice le explicó que era para un proyecto de arte, se calmó.

Al tener varios bocetos en papel, destapé el trozo de mármol que iba cogiendo la forma y los detalles de mi hermana.

Había decidido reflejarla como Artemisa.

Siempre me había imaginado a la diosa de la caza con la figura de mi hermana. Alta, esbelta y con el pelo cobrizo reunido en una serie de enrevesados tirabuzones. Lo único que nos diferenciaba, eran sus ojos marrones en contra de los verdes de mi madre y míos.

Por un momento me puse nostálgico pensando en mi madre. Ella había dicho que había dado a luz a Apolo y Artemisa.

Quería a Alice y a Emmett con todas mis fuerzas; pero mi relación con Nessie era algo único.

Tal vez fuese cierto que los gemelos teníamos cierta empatía el uno con el otro. O la causa fuese que ella era el único rastro terrenal de la presencia de mi madre.

Lo gracioso del tema, era que mi padre se podía sentir orgulloso. No había conseguido que yo estudiase medicina, pero Nessie se había convertido en una cirujana muy competente.

Si se miraba con esa perspectiva, ella también había oído la llamada de Apolo (4).

Cogí el cincel más fino que tenía, y con el martillo más pequeño empecé a moldear un complicado tirabuzón, teniendo cuidado de que quedase lo más fino posible, a la par que diese la sensación de estar movido por el viento.

— ¡Oh!—Oí exclamar a Nessie. La miré por el rabillo del ojo, sin dejar de pulir el bucle, y sonreí petulante al ver su asombro en su cara.

—Edward, es perfecta—me dijo.

—Siempre hago lo mejor para mi hermana pequeña—le contesté, vanidoso.

—Solo soy una hora más pequeña que tú—fingió que se picaba. —Ahora enserio. Si te dieses prisa en terminarla, podrías presentarla al certamen. Aun te queda más de un mes para hacer algo decente.

Fingí no haberla escuchado, haciendo como si estuviese midiendo la proporción entre un mechón y otro. ¿No podíamos tener la fiesta en paz? Quería tener una sesión sin que saliese la conversación del maldito certamen.

—Esta estatua es un regalo para ti—le dije rotundamente. —No voy a permitir que pase por la quisquillosa observación de cuatro entendidos en libros de arte.

—Edward—reprobó mi actitud ante los críticos. —Oportunidades así solo se presentan una vez en la vida. Y tú eres bueno. Muy bueno. Creo que te mereces que te den un reconocimiento.

—El arte no es una competición—repuse categóricamente. —No voy a entrar en su juego.

Esperaba que Nessie parase en ese punto aquella conversación tan engorrosa. Había tomado una decisión sobre eso y nada ni nadie me harían cambiar.

Mas Nessie no comprendía de sutilezas y continuó con aquel maldito tema. Y de la peor manera posible:

—Pues Jake se está esforzando mucho para ese certamen. —Ignoró mi mirada furiosa y continuó hablando de su insufrible novio. —Él casi no sale de la academia y de casa y apenas nos vemos. —Suspiró con nostalgia.

—Pues no sabes el bien que hace al mundo quedándose escondido en su antro de mala muerte—rechiné entre dientes.

¡Maldito Jacob Black!

Si lo pensaba de lleno, él había sido el principio de mis problemas.

Había sido un alumno de la escuela de Seattle que había pedido el traslado a la de Chicago por el prestigio de ésta. Lo había conseguido con una beca, por lo que podía entender que tuviese que hacer la pelota constantemente a los profesores. Sus notas no podían bajar del ochenta por ciento si quería mantenerla.

No era su don de gentes lo que me molestaba de él. Estaba acostumbrado a que él fuese un mediocre con don de gentes; y yo un genio sociópata.

En realidad sería demasiado injusto decir que Jacob era mediocre.

Tenía un buen estilo y era muy trabajador. Con el tiempo, se convertiría en un buen artista, pero le faltaba algo que yo tenía y el carecía. Completa sintonía con su musa.

O bueno, eso era antes de que los estúpidos de mis compañeros quisiesen que compitiésemos entre nosotros. Por supuesto, las apuestas eran cien contra uno a favor del bueno de Jake.

¡Podría haber sido tan divertido! Lastima que fuese tan bastardo de arruinarles el juego y negarme a participar en aquel certamen de mierda.

No; definitivamente, esas no eran las razones.

Era algo que solo yo percibía. Como buen observador del alma humana, veía un lado oscuro que nadie más podía percibir.

Quizás fuese por ver una mezcla de envidia y admiración cada vez que me reparaba en mi trabajo.

Lo que más me fastidiaba era como intentaba destruirme desde lo más dentro de mí. Se había colado tan sinuosamente en el seno de mi familia que no me había dado tiempo a reaccionar. Y ahora tenía que resoplar y contar hasta diez para contenerme cada vez que Esme le trataba con cariño y se preocupaba por sus avances. Conmigo siempre había sido justa, pero estricta.

Lo que acabó por rematarlo todo, fue cuando Nessie empezó a salir con él. Muchas veces había intentado disuadirla alegando a que podía tener algún interés con ella.

Nessie lo negaba. Estaba absoluta e irremediablemente enamorada de él y no podría quitarse la venda de los ojos. Afortunadamente para ella, el brillo de los ojos de Jake cambiaba cuando estaban juntos. Parecía quererla de verdad; y esperaba por la virilidad de él que así fuese por mucho tiempo.

Y por supuesto, hablando del diablo, él tuvo que hacer su aparición en mi refugio.

—Nessie—Le oí llamar a mi hermana a mis espaldas. Odiaba el sonido de sus botas sobre mi suelo.

Rápidamente, dejé de trabajar y tapé la estatua para que no pudiese ver nada. No era por una cuestión de secretismos; no quería que reventase de envidia y Nessie me regañase por tratarle mal.

Me mordí el labio cuando le vi aparecer en la sala de trabajo y sus ojos se posaron, lascivos, sobre el cuerpo desnudo de mi hermana.

Estuve a punto de darle un puñetazo, cuando sus labios dibujaron una sonrisa socarrona.

No hacía falta un saludo educado. Habíamos llegado a la etapa de dejar de fingir por cortesía.

Cogí la ropa de Nessie y se la lancé.

—Vete a cambiarte a mi cuarto, Ness—le ordené.

—Cullen, no seas tan remilgado. —Se rió. —No hay nada en Vanessa que no haya visto antes. ¿Cómo crees que se mete en mi cama casi todas las noches?

Reprimí un gesto de asco rogando que se ahorrase los detalles grotescos para dentro de él.

Burlón se dirigió hacia donde tenía el boceto de estatua de Artemisa e hizo el amago de quitarle la sabana.

— ¡Quita tus sucias manos de ahí, Black!—Le advertí.

Se rió maliciosamente.

— ¿Escondiendo tu talento al mundo, Cullen? Es tan poco propio de ti. Espero que tengas algo bueno para el certamen. Es la comidilla de la academia. Tu desaparición. Todo el mundo cree que estás acabado; pero yo no puedo pensar en eso. ¿Cullen retirarse sin dar la nota? ¡Eso no es lo que haría él!

Nessie me lanzó una mirada de advertencia al percibir que mi puño se estaba tensando. En lugar de estamparlo en la cara de Jacob, le dediqué una sonrisa, enseñándole todos los dientes, y usé algo con lo que no estaba familiarizado. El sarcasmo.

—En primer lugar, Black, que te quede clara una cosa. En mi casa, los perros y tú tenéis prohibida la entrada. Aunque en tu caso sea lo mismo…

— ¡Edward!—Reprobó Nessie.

Esta vez la ignoré y seguí increpando a Jacob:

—Y quiero que todos vosotros tengáis clara una cosa. El arte no es una jodida competición. Me niego hacer un circo. Ya hay suficientes payasos en esa academia.

Jacob me miró escéptico y burlón.

—Cullen, todo el mundo tiene miedo a algo—me comentó. —Y tú lo tienes a perder. No es tan grave como parece, te lo aseguro. Lo único que saldrá herido será tu ego. Pero todo se acaba superando.

Enarqué una ceja, incrédulo.

—No quiero participar por una razón, Black. Porque para ti sería todo un honor perder contra mí. Por eso te quiero humillar haciendo que ganes a todos esos seres inferiores. —Mis hombros se sacudieron por la risa. —Aun no estás preparado para competir contra mí. Necesitarías que te inyectasen prozac en vena para superar la depresión.

Jacob se estaba mordiendo el labio, pensando si era mejor romperme la nariz o reventarme el labio.

Le reté mentalmente. Estaba deseando que toda aquella oscuridad, que velaba parte de su alma, saliese a la luz delante de Nessie.

Nessie, intuyendo lo que sucedería, se puso en medio de los dos. Aun tenía la camisa desabrochada y Jacob cambió sus expresiones furiosas por el brillo lujurioso. Podía imaginarme como quería comerse con la mirada el pecho de ésta.

— ¡Edward! ¡Jacob! Esta competición es tan absurda—nos gritó. —Esto no es por alimentar vuestro ego. Gane quien gane, será la academia quien se beneficie de ello.

Esa era una buena razón por la que me negaba a participar. Mi talento era mío; no pertenecía a la academia ni a ninguna institución privada.

Jacob, muy taimadamente, simuló estar muy avergonzado y pidió, gestualmente, perdón a Nessie. A mí no me iba a engañar tan fácilmente.

—Tenéis que empezar en pensar como conciliar vuestras diferencias, y pensar en todo lo que os une—continuó riñéndonos.—Si dejaseis de ver algo más que vuestros ombligos, seguramente descubriríais que tenéis mucho en común y en todo lo que podríais hacer juntos.

Observé a Ness con pena. Era muy inocente si realmente creía que pudiese tener algo en común con Jacob Black.

Pensándolo bien, sí había algo en común con él.

—Cierto—empecé admitiendo. —Ambos tenemos una magnifica modelo. —Nessie sonrió y Jacob aminoró su brillo furioso al mencionarla. Nessie tenía razón, en parte. Lastima que yo no pudiese mantener la boca cerrada cuando estaba compartiendo con Black cincuenta metros cuadrados.

—Lo malo de todo esto que solo uno sabe valorarla. Uno de nosotros, puede realizar una obra de arte; mientras que el otro, aun con ella como inspiración, lo único que puede hacer es raspar el mármol.

Nessie puso los ojos en blanco, quedándose sin argumentos. Suspiró y se fue a recoger sus zapatos y su bolso mientras se abrochaba la blusa.

—Jake, tenemos que irnos—le insistió. —Tenemos que hacer varias cosas antes de ir a esa cena con mis padres. —Me lanzó una mirada recordatoria. —Edward, recuerda que tienes que estar a las ocho en punto en el restaurante.

¿Yo sentarme en una mesa civilizadamente con Jacob a mi lado? No estaba de humor para eso. Ya había tenido suficiente sesión de Jake durante un día entero.

—Tengo cosas que hacer—me excusé muy vagamente. Lo que realmente quería decir era que prefería cenar con el mismísimo diablo. Me sorprendía a mí mismo. Había hecho una frase coherente sin insultar a Jacob.

—Esme ha insistido en que estés ahí—me advirtió severamente.

—Sobrevivirá. —Sobre todo si estaba Jake haciéndola reír.

Nessie no siguió diciendo nada. Se puso el abrigo y agarró a su novio de la mano.

— ¡Vámonos, Jake!—Le intentó sacar por la puerta antes de que las cosas se pusiesen candentes.

Y como no, Jake tuvo que decir la ultima palabra. Aunque para lo que tuviese que decir, mejor que se hubiese callado.

— ¿Vas a posar para mí también?—La preguntó con segundas intenciones.

—Jake, llevo todo el día posando para Edward—se quejó. —Déjame un día de descanso y mañana te dedico todo el día.

—Tonta. —Se inclinó hacia su oído para decirle algo en secreto, pero lo dijo en voz suficientemente alta para que yo lo oyese a la perfección: —No quiero que poses para ser modelo de una estatua. Tú me inspiras más en la cama. Sobre todo esa postura que me pone tan caliente. Esa que solo tú y yo conocemos…

Mi hermana se reía tontamente; a mí me hervía la sangre solo de pensar en las manos de Jacob sobre el cuerpo de mi hermana. Y él sabía que sus intimidades me daban nauseas y que explotaría.

No debí dejarme llevar, pero era más fuerte que yo mismo.

—Es una lastima que Nessie no te haya contado que al primer hombre que tocó su pajarito fue a mí—dije inocentemente sabiendo las consecuencias de aquellas palabras.

Efectivamente, Jake retrocedió en sus pasos hasta llegar a mí; y a pesar de las protestas de Nessie, éste se fue acercando hacia mí de manera peligrosa. Podía haber evitado lo que vendría después, pero me apetecía que Jake quedase como el chico malo por una vez.

Sin reprimirse, me dio un puñetazo en la boca del estómago que me dobló en el suelo, y me hizo saltar las lágrimas.

Aun así me reí histérico. Se estaba empezando a delatar.

— ¡Eres un cabrón!—Me escupió. —A ti lo que te jode es que la gente sea feliz a tu alrededor, y tú no la puedas conseguir con todo ese talento que dices tener. Te vas a quedar solo, Cullen.

Me hubiera gustado decirle que él estaba contribuyendo mucho en ese aspecto, pero necesitaba el aire para respirar.

— ¡Jacob!—Le gritó Nessie. — ¡Baja a la calle y espérame ahí!

Jacob vaciló, pero al volver a insistir ella, me dio la espalda y salió de mi casa.

Sentí la mano de Nessie sobre mi espalda; ella estaba en cuclillas intentando ayudarme, preocupada.

— ¿Estás bien?

Asentí con la cabeza.

Nessie suspiró y negó con la cabeza.

—Te lo advierto, Edward—me dijo realmente seria. —Os quiero a los dos. Mi amor por Jake es muy distinto de lo que siento por ti. Pero eso no lo hace de ninguna manera incompatible. No quiero elegir, Edward. ¿Me entiendes?

Resoplé despreciativamente.

—No quiero elegir entre mi hermano y mi novio—me avisó. —Pero si alguna vez me viese en el caso de tener que hacerlo, no creo que te gustase mi decisión.

Antes de que pudiese replicar, se levantó y se dirigió a la puerta.

Salió por la puerta con estas palabras:

—Más te vale que estés en ese restaurante a las ocho.

Negué con la cabeza, aunque ella no me pudiese ver. Esta vez no iba a ceder.

Resintiéndome del dolor de estómago, me levanté a duras penas y fui en busca de móvil.

Marqué el número que me aseguraría una noche de juerga:

—Emmett—le llamé cuando descolgó el teléfono: —La cena con Esme y Carlisle se ha suspendido. ¿Te apetece una ronda de copas?


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— ¡Mierda llave!—Grité a la cerradura. — ¿Por qué no dejas de moverte?

La que iba a ser una ronda de copas se convirtió en una autentica cascada de gin tonics y tequilas.

Tenía que buscarme otra adicción menos peligrosa que me hiciese olvidar lo asquerosa que era mi existencia en aquellos momentos. Honrar así a Dionisio me iba a destrozar el hígado.

Y también el cerebro. Antes de que atinase con la llave, la puerta se había abierto sola.

— ¡Joder! ¡Lo que me faltaba!—Grité a pleno pulmón. —Un inquilino con mucha jeta. Amiguito, tendrás que pagar la luz y el agua si no quieres que llame a los cazafantasmas para que te echen de una patada en el culo.

—Entra—me exigió una voz femenina.

En la oscuridad tuve que esforzarme para reconocer de quien se trataba. Por la voz podría haberlo sacado…si no fuese por la trompa que llevaba encima, claro.

Me hizo daño en los ojos cuando ésta encendió la luz. Tardé algo más de cinco minutos en poder enfocar decentemente, ignorando que veía doble, y reconocer a una Esme que no estaba de un talante muy amigable.

Aún así me ayudó a caminar sin tropezarme con obstáculos invisibles y me llevó hasta la cama.

—Y yo que pensaba que te habías puesto a trabajar enserio. —Se frotó las sienes para modular su enfado. —Esperaba que me dieses una buena excusa por no aparecer por el restaurante…

— ¡Puf!—Bufé. —Te diría un montón de patrañas. Cualquier excusa que fuese valida para no decirte que no me sentaría en ningún sitio publico junto Jacob Black…Pero me duele la cabeza y no estoy muy creativo. Iré al grano. No aguanto a Black.

Esme se cruzó de brazos y frunció el ceño.

—Vale. Pasemos de tener la conversación de por qué Jake me parece, no solo un brillante artista, trabajador, cumplidor con las normas y educado…Digamos todos esos valores que la gente aprecia y tú careces. —Ignoró mi gesto obsceno. —Lo que quiero saber es por qué no te puedes dejar de recrearte en tu maldita autocompasión, y pensar en que hieres los sentimientos de Vanessa cuando menosprecias a su novio.

Estaba cansado de repetirle lo del lado oscuro que, al parecer, solo yo veía en él. Y menos cuando mi mente estaba embotada y los mejores argumentos que tenía contra Black era decir que era un completo gilipollas…por decirlo suavemente.

—Esme querida, espero que tengas un buen paracaídas cuando abras los ojos con Black. Porque la realidad te pegará un buen golpe…

— ¡Vale!—me interrumpió. —No he venido a hablar solo de Black. En realidad venía a preguntarte por tus progresos en el certamen. Porque supongo que no verte el pelo por la academia durante semanas se deberá a todo el trabajo que estás haciendo, ¿verdad?

Me reí estúpidamente.

¡Inocente!

—A lo mejor, también se puede deber a que prefiero tocarme yo mismo los cojones, a que me los toquen esos resentidos que se hacen llamar profesores y críticos. Ellos no pueden catalogar el arte si éste no circula por sus venas. No tienen pasión; solo entienden de reglas…

—Tal vez sea porque en todos los ámbitos las reglas son necesarias, Edward—me explicó algo más calmada. —Los grandes artistas, desde la antigüedad hasta ahora, han ido creando un código para las futuras generaciones.

Aquello era el chiste más bueno que me habían contado a lo largo de la noche.

—Dudo mucho que Miguel Angel estuviese de acuerdo contigo, querida Esme—le corregí. —Los grandes artistas no crean normas; las rompen. Por eso ha ido evolucionando el arte. Es como la teoría de la evolución de Darwin. El hombre no sería lo que es, si en algún momento no se hubiese roto el orden de las cosas.

— ¡Como quieras!—Esme se negaba a discutir conmigo. —Esa no es la cuestión. Es más, estoy deseando que te conviertas en un genio y rompas todas las reglas. Y quiero que lo hagas en ese certamen, Edward.

Me levanté para replicar, pero Esme no me lo permitió.

—Me da igual lo que hagas o lo que dejes de hacer. Como si no quieres pisar por la academia para no agradecer a esos envarados profesores tuyos el reconocimiento de haberte enseñado casi todo lo que sabes. ¡Eres Edward Cullen! ¡Un genio! Pues eso lo debes demostrar. Participa y hazlo como Dios manda. O haces algo genial, o no hagas nada. Pero te prohíbo que participes con algo ridículo ¡Recuerda quien eres!

Tomó aire y volvió a retomar sus palabras:

—Y para asegurarme que vas a sacar lo mejor de ti mismo, te pondré un pequeño reto. No será nada que tú no logres, ¿verdad? Bien, Edward, tienes exactamente un mes para empezar a trabajar para ese certamen. Tiene que ser algo tan sublime que los profesores que hagan de jurado se olviden de todos tus desplantes y el jurado se quede anonadado. Tiene que ser algo para ganar. Es más, debes ganar; porque si no lo haces, comprenderé que todo lo que he invertido en ti habrá sido en vano, y te expulsaré de la academia. Y créeme, que te costará mucho trabajo que otra academia te admita. Digamos que tu expediente no es el mejor.

Las palabras de Esme me impactaron tanto que, por un momento, me olvidé de mi estado de embriaguez y salté de la cama, alarmado. No podía estar diciendo lo que estaba oyendo. ¿O sí?

—Tú no…—balbuceé—…Tú no puedes estar diciendo eso. No puedes hacer eso. Eso sería joderme la existencia más de lo jodida que está… ¿No comprendes?

— ¡Oh, sí!—Exclamó bastante satisfecha de si misma. —Por supuesto que este trato va muy enserio. Me gusta jugar fuerte. Es lo que me puedo permitir cuando soy yo la que pongo las reglas. Saltármelas a mi gusto. Los profesores me lo agradecerán toda su vida. Así que si quieres amargarles por unos años más su miserable existencia, ya sabes. Saca los ases en la manga y déjanos sin aliento.

Haciendo caso omiso del gesto de mi mano de querer estrangularla, salió de mi cuarto después de apagar la luz.

El ruido de sus tacones sobre el suelo se fue amortiguando a medida que se alejaba. Antes de cerrar la puerta, la oí decir:

—A partir de mañana le diré a Tanya que venga a posar para ti. Necesitas toda la artillería pesada. Duerme bien, Edward. Vas a tener un mes y medio realmente duro.

Nada más oír la puerta de la calle cerrarse, salté de la cama y me dirigí hacia el cuarto de baño. Arrodillado en el suelo, me agarré a la taza del water y vomité con violencia hasta quedar vacio y sudoroso.

¡Maldita Esme!

Aquel iba a ser el periodo más largo de mis veinticinco años.


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Estaba teniendo un precioso sueño…

…Bueno, en realidad no me acordaba de nada, pero seguramente habría sido lo suficientemente hermoso, o menos horrible que la puta realidad.

Era de cajón que no me apeteciese en absoluto despertarme.

Gruñí y maldije a la persona que estaba zarandeándome y dándome pequeños golpes sin cesar.

—Edward—alguien me llamó. Aunque no podía relacionar la voz con un rostro me era tan familiar. —Es hora de despertar. Tenemos mucho que hacer.

— ¡Hum!—Protesté. —Es muy fácil decirlo cuando no tienes sangre en el alcohol.

— ¿No será al revés?—Preguntó burlona.

— ¡Puf! Si tú vieses las dos botellas de vodka y las tres de tequila que nos hemos bebido entre Emmett y yo, te sorprenderías de que aun tuviésemos sangre en las venas. Creo que en lugar de un análisis de sangre, deberían ponerme una pajita intravenosa e invitar a los amigos a mojitos.

—No hace falta que me lo jures—me reprochó. —Y creo que tú continuaste la fiesta en privado. Este piso parece una pocilga.

—Una alegría al cuerpo—gruñí. —Últimamente me permito muy pocas. Y otra cosa que me produciría mucha satisfacción es que después de una juerga etílica, pueda dormir. Si quieres volver a darme la lata, será mejor que vuelvas dentro de…un par de días.

—De eso nada—insistió la muy pesada. —El tiempo se nos está echando encima y no te puedes permitir el lujo de perder más valiosas horas. ¡Así que ya te estás levantando!

— ¡No!

—Abre esos preciosos ojos verdes—me ordenó con voz melosa. —No sabes lo que me alegras cada vez que los veo.

— ¡Vete al cuerno!—Gemí dándome la vuelta.

—Bien—murmuró cantarina. —Tú lo has querido.

Cuando parecía que se había alejado, relajé mi cuerpo cuan largo era y decidí dormir.

No podía estar preparado para que un líquido muy frío resbalase por todo mi cuerpo, empapando toda la ropa de cama.

— ¡Ah!—Chillé abriendo los ojos de par en par saltando de la cama como si me hubiesen picado las chinches.

A la persona que se encontraba hallando mi casa, aquella escena le pareció muy divertida. No paraba de reírse y sus carcajadas recordaban al tañido de las campanas.

Miré hacia la dirección de su risa, para verla y plantarle cara. Su visión me hizo abrir la boca involuntariamente.

Había visto chicas preciosas que hacían de modelos para mis esculturas. Y aquella no era de las más hermosas, pero había algo que le hacía única. Increíblemente atractiva.

Era delgada y alargada, de aproximadamente metro sesenta y ocho. Su pelo castaño rojizo estaba recogido en un sencillo moño, lo que le daba un aspecto sofisticado a sus rasgos infantiles. Sus grandes ojos marrones ayudaban a darle ese aire aniñado. Solo sus labios, rojos y gruesos, le confería cierto aire adulto, suficiente para otorgarle un aura sensual, capaz de despertar la lujuria en el más casto de los hombres.

Lastima que fuese tapada con un kimono de seda roja japonesa, que insinuaba su silueta sin mostrarla.

Me maldije a mis adentros. Empezaba a pensar que mi cerebro estaba dañado por el alcohol; pero la zona afectada era la zona de los pensamientos sexuales más sucios.

¡Joder! Si iba a tener una fantasía sexual, por lo menos que fuese legal. A esa chica no la echaba más de diecisiete o dieciocho años.

—Hola—me saludó alegremente. — ¡Por fin te has dignado a levantarte!

Levanté la vista hacia el reloj y me froté los ojos.

¡Solo eran las cuatro de la mañana!

Definitivamente, tenía que tratarse de una fantasía sexual. No era que yo estuviese muy motivado en aquellos momentos, pero ya que había venido, no la iba a despedir sin complacerla. Uno rápido tampoco me vendría mal.

—Bueno, tal vez tenga algo de tiempo para esto. Ya sabes lo que tienes que hacer. Quítate ese kimono, túmbate y abre las piernas. Yo, mientras tanto, iré a buscar una caja de condones al veinticuatro horas de abajo. Se me han acabado.

Como respuesta, recibí un fuerte tortazo en mi lado derecho de la cara.

¡Oh, vaya! Ésta era de las intensas. Una viciosa total.

— ¿Te gusta el sadomasoquismo?—Esta noche podría ser una de las mejores de mi vida si me decía que sí.

Su respuesta fue aun más contundente. Un tortazo más fuerte en el lado izquierdo de la cara.

No estaba muy en mis cabales, pero juraría que estaba muy ofendida.

— ¿Quién te crees que soy yo?—Me gritó muy enfadada. — ¡Soy más sofisticada que una fantasía sexual! En este momento, están muy ocupadas. No sabes la cantidad de degenerados que hay solo en Chicago. Por no contar en el resto del mundo.

—Lo siento—me disculpé. —Por la hora a la que has aparecido y tu indumentaria—señalé al kimono—, pensé bastante mal.

Aquella era la conversación más surrealista que estaba teniendo. ¿Qué podía esperar de un síndrome etílico? Y debía dar gracias que se tratase de una preciosa muchacha en kimono y no de elefantes de color rosa volando sobre mi cabeza.

— ¡Oh!—Exclamó algo menos disgustada. O por lo menos, lo intuí por la enorme sonrisa que dibujaban sus labios. — Bueno, tal vez sea algo temprano. Pero cualquier hora es buena para la inspiración. ¿No sabes que muchas de las grandes obras se han hecho a la luz de la luna?

El rumbo que estaba tomando la conversación no me gustaba nada. Empezaba a temer que ella fuese enviada de Esme para convencerme del certamen. ¡Como si Esme no lo hubiese hecho de sobra!

— ¡No me jodas que eres una de las modelos de Esme!—La grité a pesar de que mi cabeza reventaría si elevaba la voz un decibelio más. — ¡Ese estúpido certamen me va a traer de cabeza!

Ella no se inmutó ante mi ataque de histeria y se dio una vuelta por la casa.

—Sí y no—me respondió. —Esme no me ha enviado para que participes en el certamen. Pero mi finalidad es que participes y ganes. Tienes que recuperar toda tu inspiración y demostrar porque una vez fuiste el mejor. Aunque—se encogió de hombros. —esta vez, hay que sacar toda la artillería pesada. Por lo tanto, yo personalmente, me encargaré que de tu cabecita—se acercó a mí y me dio un golpecito con dos dedos sobre mi frente—salga algo tan genial, que se hable de ello, incluso cuando tu estés bajo tierra.

— ¿Y como se supone que lo vas a conseguir?—Me mostré escéptico. — ¿Y tú quien eres para estar tan segura de hacer ese milagro?

Ella no se dejó amedrentar.

—Porque en el pasado, lo había hecho. Tú y yo formábamos un buen equipo. Tú trabajabas el mármol y yo te susurraba cual era la forma que tenías que darle…

O ella estaba loca, o yo lo estaba. No podía creer que aquella muchacha tan joven fuese la voz de mi cabeza… ¿Oh, tal vez sí?

— ¡Joder, joder y joder!—Me froté las sienes para que circulase la sangre. — ¿Me estás diciendo que tú eres…

—Sí—respondió rotunda. —Yo soy tu musa.

¡Mierda! Y tenía el jodido morro admitirlo.

—Yo que tú no hubiese dicho quien eres—la advertí. —Y mucho menos cuando has estado un maldito año sin aparecer. ¿Dónde estabas cuando te he necesitado? ¿Te has tomado un año sabático?

Ella se mostró paciente y tranquila ante mi cólera. Dejó que me desahogará, sin recriminarme mis maldiciones y blasfemias. Cuando se aseguró que me había calmado, habló con calma:

—Yo nunca me he apartado de tu lado—me aseguró rotunda. —He sido como una esposa fiel esperando que mi marido vuelva a mi lado. Si no me has oído es porque tú solo te oías a ti mismo. No sabes el dolor de cabeza que me causabas cada vez que te llenabas de autocompasión y noches inagotables de alcohol… ¡Por no decir la noche que te dio por las drogas!

— ¡Eh!—La paré en seco. —Solo fue una noche por probarla y además la marihuana solo se considera "droga" en esta parte del mundo. En otros países son más comprensivos… ¡Y no tengo porque darte explicaciones! ¡Y menos cuando te niegas a dar la cara hasta ahora!

— ¡Ahora es cuando me necesitas!—Me gritó ella. —Bueno, más que nunca. Ese maldito certamen, como tú lo llamas, será una gran oportunidad para ti. ¡Deja de pensar que es una maldita competición para ver si Jacob o tú tenéis el ego más grande!

Puse los ojos en blanco. Me parecía tan absurdo. Desde la aparición de mi Musa hasta la participación en el certamen.

—Esto no tiene sentido—repliqué. —Yo odio ese certamen y no necesito tu ayuda para algo en lo que me veo obligado a participar…

Me di la vuelta con la esperanza que captase el mensaje y se fuese.

Por alguna extraña razón, presentía que ella estaba ahí. Un olor muy frutal me embriagaba las aletas de la nariz. Acababa de conocerla y ya su presencia me daba motivaciones… ¡Aunque odiaba admitírselo!

—No lo hagas solo por ti—me pidió. —Yo me hubiera dado por vencido si ella no me lo hubiera pedido. Así que da gracias porque haya alguien a quien le importes.

¿Qué era lo que ocurría con Esme? ¿Tenía acaso una web especial para comunicarse con los seres del Olimpo? ¡Era de locos!

—Esme tiene puestas muchas esperanzas en mí—me burlé sarcástico.

—No, no estoy hablando de Esme—me corrigió. —Se trata de Elizabeth.

Me giré en redondo para mirarla fijamente.

— ¿Se trata de la misma Elizabeth que me imagino?—Asintió y moví la cabeza, negándolo. —Pues creo que te equivocas de persona a la que inspirar. Porque si no sabrías que Elizabeth no podría darme ese mensaje.

— ¿Por qué no?—Se encogió de hombros.

— ¡Tal vez por el inconveniente de estar muerta!—La chillé. No me hacía gracia que se jugase con los sentimientos de esa manera.

Ella no hizo caso de mi mal humor y se acercó para posar sus delicadas manos sobre mis hombros, y mirarme a los ojos:

—Hay cosas que se escapan al entendimiento de los mortales—me susurró. —Tú deberías saber que hay ciertas cosas que no se pueden analizar con la mente. Hay que hacer algo más que intentar entenderlo. —Una de sus manos se posó en mi pecho donde se situaba el corazón. —Por eso te pido que me creas cuando te digo que tú madre me rogó que te ayudase. El que no esté en este mundo, no significa que hayas dejado de importarle. Algunos lazos no se destruyen ni con la muerte.

Me quedé sin palabras; no solo por lo que ella había dicho sobre mi madre. Sus labios estaban tan cerca de los míos que sentía como me quemaba.

Se inclinó hacia mí, haciendo el amago de acercarse aun más.

— ¡Ay!—Chilló dolorida apartándose de mí. —Me he cortado con un cristal—sollozó y me enseñó la planta del pie ensangrentado.

Era culpa mía. Había dejado todas las botellas de cristal abandonadas por el suelo, y no me había dado cuenta que algunas estaban rotas. Tampoco esperaba que viniesen visitas; y mucho menos una preciosa chica de naturaleza sobrenatural.

—Espérate aquí—le pedí mientras me dirigía al cuarto de baño y cogía un pequeño kit para ocasiones como ésta.

Quité los cristales con la punta del pie, y me senté en el suelo, ordenándole que se sentase enfrente.

Apoyé su pierna entre mi muslo y empecé a quitarle cristales con las pinzas. Se quejó levemente, pero no la hice mucho caso y le limpié la herida. Por suerte no había sido un corte profundo y no necesitaba puntos. Hubiera superado los conocimientos de medicina que mi padre me había inculcado. Y con el cuerpo que tenía esta noche, lo que menos me apetecía era conducir hasta un hospital.

Mientras le desinfectaba y vendaba con gasas el pie, mi cabeza clamaba por una aspirina… ¡O por un bote entero! Que yo me hubiese enterado, nadie había muerto por una sobredosis.

Ella pareció comprender mi estado, por lo que se limitó a sonreír.

— ¡Hum!—Murmuró. —Creo que hoy no es un buen día para comenzar a hacer algo, ¿no crees?

— ¿Lo dices por el estado de tu pie o por qué mi cabeza parece un polvorín?—Enarqué una ceja. Parecía que su buen humor me estaba contagiando.

Sonrió de manera traviesa y el pecho me dolió debido a la loca carrera que mi corazón estaba realizando.

—No creo que esta noche distingas tu dedo de un cincel y puedes correr el riesgo de rompértelo de un martillazo—bromeó. —Yo puedo sobrevivir sin mi pie; pero tú no puedes esculpir sin tus dedos mágicos. Además, no estás en tus cabales.

— ¡Oh!—Me hice el ofendido. —Una pequeña borrachera no puede hacerme daño. Edgar Allan Poe escribió sus mejores obras en estado de embriaguez.

—Eso no es del todo cierto—me corrigió divertida. —Escribió el gato negro en delirium tremens (5). Y créeme, querido. Tú no tienes ese grado de genialidad.

—Aun.

—Aun—repitió mis palabras. Luego se puso seria y me recomendó: —Te quiero en pie mañana a la misma hora. La luna puede ser una gran fuente de inspiración.


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(1) Se refiere a Miguel Ángel. Cuando hizo el Moisés, le pareció tan perfecto que le dio un pequeño golpe en la rodilla y le ordenó: "¡Habla!"

(2) Dionisio en la mitología griega es el Dios del vino. Pero según los ritos órficos y Nietzsche, era el hermano gemelo y contrapuesto a Apolo, el cual, al contrario que éste representaba la creatividad salida del caos y la anarquía.

(3) Según la mitología griega, una de las gorgonas, monstruos con cabellera de serpiente que al mirarles a los ojos convertían en piedra. La única que era mortal y por eso se relaciona con el mito de Perseo.

(4) Apolo, además de ser el dios de las artes, lo era también de la medicina. De hecho, es el padre de Asclepios.

(5) Síndrome de abstinencia alcohólica.

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